Romanos 14:1 - 15:7
Esta sección constituye un solo bloque de enseñanza, centrado en un asunto que, inicialmente, podría parecer de poca importancia para los cristianos del siglo 21. Trata acerca de las posturas adoptadas por los primeros cristianos en Roma frente al consumo o abstención de ciertos alimentos. Sin embargo, al profundizar en el tema, se desvela una verdad opuesta: existen principios subyacentes altamente relevantes en la actualidad. Muchos conflictos entre creyentes podrían resolverse, o incluso prevenirse, si aplicáramos (más) estos principios.
La situación en Roma
La afirmación inicial de este pasaje exhorta a recibir a los "débiles en la fe" (v. 1). Esto suscita la pregunta: ¿Quiénes son estos creyentes débiles? El versículo siguiente lo aclara: “otro, que es débil, come legumbres”.
Es probable que esta diferencia de actitud surgiera, al menos parcialmente, del hecho de que en la iglesia en Roma había creyentes tanto de origen judío como gentil. Aquellos de ascendencia judía estaban habituados a evitar los alimentos impuros (según Lv. 11 y Dt. 14) y habrían experimentado dificultades para ejercer su libertad cristiana. Creían que las leyes dietéticas judías eran parte de lo que los definía como pueblo de Dios, en contraposición a los "perros" (similar a lo sucedido con Pedro en Hechos 10:9-16). Adicionalmente, es posible que algunos tuvieran preocupaciones extras que los llevaban a abstenerse de cosas que, en sí mismas, no eran impuras (como el vino o la carne en general, v. 21). Tales escrúpulos podrían haberse originado en otras consideraciones, como la posibilidad de que ciertos alimentos hubieran sido ofrecidos en sacrificio a los ídolos antes de que los compraran.
A primera vista, ¿qué podría ser menos relevante que las diferencias en los hábitos alimentarios? ¿Por qué el apóstol Pablo estaría interesado en este asunto y por qué el Espíritu Santo lo llevaría a dedicar una sección tan importante de esta Epístola a este tema? La cuestión es que esto no se trataba simplemente acerca de los hábitos alimenticios, sino que existía el riesgo de que esta cuestión afectara a las relaciones fraternales entre los creyentes, e incluso a su capacidad para disfrutar plenamente de su relación con Dios en la alabanza y la adoración. El versículo 3 dice: “El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido”. Existían dos grupos, cada uno inclinado a comportarse de una manera que no estaba en conformidad al amor fraternal: aquellos que se sentían libres para comer de todo (los "fuertes") corrían el riesgo de mirar con desdén a los que no lo hacían (los "débiles"). Los débiles, por su parte, corrían el riesgo de juzgar a los fuertes por su comida.
En la actualidad
Lo que resulta particularmente instructivo para nosotros en este capítulo es la manera en que Pablo anima a cada uno de estos grupos, especialmente a los fuertes. Él los exhorta a cambiar su actitud, sus emociones y su comportamiento hacia sus hermanos. La mente humana habría propuesto un enfoque muy diferente:
Determinar cuál de los grupos tenía razón y cuál estaba equivocado.
Aquellos que tenían razón deberían instruir a los que estaban equivocados.
Los que estaban equivocados deberían cambiar su comportamiento.
Sin embargo, Pablo no los insta a seguir estos métodos. Esto resulta aún más sorprendente cuando el apóstol expone cuál es la perspectiva correcta. Él escribió: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo” (v. 14). Y: “Así que, los que somos fuertes…” (Ro. 15:1). Pablo se identificó con aquellos que comprendían la libertad cristiana en relación con la comida y la bebida. Los débiles no disfrutaban plenamente de la verdad. Sin duda, este es el motivo por el que no se les debía pedir que juzgaran correctamente en asuntos difíciles (Ro. 14:1). Pero esto no se trataba simplemente de explicar a los débiles que la libertad cristiana incluye la libertad de comer todo tipo de alimentos (a excepción de la sangre y de ahogado, véase Hch. 15:29). La principal pregunta de Pablo no era: «¿Quién tiene razón?», ni siquiera: «¿Qué es lo correcto?», sino: «¿Cómo podemos tratar a nuestros hermanos cómo corresponde a cristianos y para la gloria de Cristo?". Para el hermano “fuerte”, esto implicaba discernir el uso de su libertad cristiana, cómo ejercerla, y en qué circunstancias y contextos sería mejor renunciar a ella. Para el hermano “débil”, esto implicaba comprender si era correcto juzgar a los demás basándose en su propia conciencia.
Cómo tratar con creyentes que no ven las cosas como nosotros
Pablo propone una serie de indicaciones significativas que elevan la cuestión más allá de temas como la comida y la bebida, o las diferencias de opinión. Estas indicaciones apuntan al corazón y al centro de la fe cristiana, no solo a los síntomas, sino también a las causas y actitudes subyacentes. Están diseñadas para impactar nuestros corazones y nuestras conciencias:
Versículo 3: "Porque Dios le ha recibido" – qué razón tan conmovedora para reconsiderar nuestra actitud hacia nuestro hermano: Dios lo ha recibido. El amor y la gracia de Dios se revelaron en Cristo, y deberían regir incluso los aspectos más pequeños de nuestras vidas (com. Ro. 15:7).
Versículo 4: "¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno?". Este punto se dirige al creyente débil que, al considerar lo bueno y lo malo de las acciones de su hermano, había olvidado un punto importante: ¡su hermano no es responsable ante él, sino ante el Señor!
Versículo 5: "Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente". Además, se debe dejar espacio para que haya el ejercicio individual. Es bueno tener convicciones, pero no debemos imponerlas a los demás ni entrar en disputas por cuestiones que nos afectan profundamente. ¡Cuánto daño se ha hecho al intentar que todo el mundo comparta nuestros puntos de vista (a veces incluso ‘opiniones personales’ o ‘caballitos de batalla’)! En lugar de eso, deberíamos ejercitarnos constantemente en oración ante el Señor.
Versículos 6-9: Este pasaje enfatiza el señorío de Cristo (así como el versículo 4 había enfatizado que somos sus siervos). Aquí, el señorío de Cristo está fundamentado en su muerte y resurrección–estos dos eventos tan centrales para la fe cristiana. Por lo tanto, debemos tener mucho cuidado de no interferir con el señorío de Cristo, sino más bien ejercitarnos delante de él y vivir con el objetivo de agradarlo.
Versículo 10: "Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo". En este versículo, el apóstol introduce otro pensamiento de gran alcance: todos compareceremos un día compareceremos ante el tribunal de Cristo. Allí tendremos que dar cuenta a Dios (v. 12): el creyente débil dará cuenta de cómo trató al creyente fuerte, y viceversa. Este pensamiento desafiante se aplica a ambos grupos, los que juzgan y los que tienen la tendencia de despreciar a otros.
Versículo 13: "Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano". Este versículo nos presenta otra consideración de vital importancia. Mis acciones pueden hacer tropezar a otros. Tomemos, por ejemplo, al creyente fuerte: él está convencido, y con razón, de que tiene libertad en Cristo para comer. Sin embargo, su libertad personal no es lo único que tiene que considerar. ¿Qué pasa con el impacto de sus acciones en su hermano? Si el creyente débil ve comer al fuerte, él podría seguir su ejemplo y comer también, pero sin sentir la conciencia libre, lo que sería un pecado (v. 23).
Versículo 15a: "Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor". Aquí tenemos otro principio cristiano fundamental: ¡el amor! Podemos estar tan ocupados con nuestros razonamientos y convicciones que nos olvidamos por completo del amor que, después de todo, es la característica distintiva del cristianismo. El amor busca el bien del otro. El amor por mi hermano debe permitirme renunciar a mis derechos y a mi libertad.
Versículo 15b: "No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió". En un lado de la balanza está ‘tu comida’, tal vez un plato lleno de comida, algo que desaparecerá mañana. En el otro lado de la balanza está tu hermano, descrito hermosamente como "aquel por quien Cristo murió". El valor de algo está determinado por el precio que un comprador está dispuesto a pagar por él. Cristo pagó con su vida, no solo por ti, sino también por tu hermano, ¡a quien estuviste a punto de despreciar o juzgar”. Este pensamiento nos hace pensar profundamente y pone las cosas en perspectiva. ¿Puede nuestra comida ser tan importante que, por ella, nos arriesguemos a dañar (o incluso ‘destruir’ v. 20) al hermano “por quien Cristo murió", quien es fruto de “la obra de Dios” (v. 20)? La próxima vez que nos enfademos por algo que haga alguno de nuestros hermanos, ¡primero comprobemos si no estamos exagerando y sobre reaccionando!
Versículo 19: "Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación". Se nos invita a meditar en dos aspectos adicionales: ¿Estamos concentrándonos en los temas adecuados? No deberíamos permitir que nuestros puntos de vista más apreciado, o quizás más arraigados, pongan en riesgo lo que verdaderamente importa: la paz y la mutua edificación. Es sencillo dejarse llevar por una convicción u otra y olvidar preguntarnos si el conflicto resultante beneficiará a alguien, o si contribuirá a la armonía y la paz. Ahora bien, la intención de este artículo no es disuadirnos de defender la verdad, pues tenemos la responsabilidad de contender “ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”; mantenernos “firmes y constantes” y permanecer firmes (véase Jud. 3; 1 Co.15:58; 16:13; Gá. 5:1; 2 Ts.2:15). Sin embargo, debemos tener precaución: podemos creer sinceramente que estamos contendiendo por la fe y, a pesar de ello, estar equivocados. Sobre todo, cuando se trata de asuntos de conciencia o de ejercer nuestros derechos y libertades, entonces es momento de demostrar flexibilidad.
La mente de Cristo
Los primeros siete versículos del capítulo 15 resumen y concluyen el tema: "Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos" (v. 1). No es correcto ni apropiado para un cristiano tener una actitud que dice: «Sé lo que está bien y lo que no, y actúo en consecuencia a ello, sin preocuparme cómo esto afecta a los demás». Tal actitud busca complacernos a nosotros mismos en lugar de ser imitadores de Cristo. No sería tener la mente de Cristo. Como dice más adelante: "Ni aun Cristo se agradó a sí mismo" (v. 3). El Señor Jesús demostró cuán dispuesto estaba a sufrir y soportar el menosprecio. ¿Y dónde está él ahora? Glorificado a la diestra de Dios. Por lo tanto, estas cosas “que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (v. 4).
Necesitamos tener a Cristo como nuestro único modelo, quien no buscó agradarse a sí mismo, y esto redundará en mayor afinidad unos con otros; no una afinidad humana, basada en el comprometer verdades o tolerar el mal, sino una afinidad "según Cristo Jesús" (v. 5). Si este es el caso, el resultado será para la gloria de Dios: "Para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (v. 6).
Quizás es por eso que el enemigo frecuentemente intenta hacer que caigamos en nuestra tendencia a juzgar o, en su defecto, a menospreciar: esto obstaculiza nuestra capacidad de alabar y adorar unidos. Nos impide obrar según nuestro carácter de ‘sacerdotes santos’ (no solo como sacerdotes individuales). Esto nos presenta otro poderoso motivo que nos insta a resolver estas cosas, de manera que ni Cristo ni el Padre se vean privados de la debida alabanza y adoración en unanimidad y a una sola voz.
Es interesante comparar la declaración final (Ro. 15:7) con la inicial (14:1). Al final del pasaje se nos dice que nos recibamos los unos a los otros, no solo a los “débiles” o a los “fuertes”, y que debemos hacerlo así como también Cristo nos recibió”, mientras que en el principio del pasaje dice: “Porque Dios le ha recibido” (Ro. 14:3). La palabra “porque” (14:3) justifica el hecho de que Dios ha recibido al hermano, pero la palabra “como” va un paso más allá, señalando la forma en que lo hizo, así como su efecto: “Para gloria de Dios” (15:7)
Resumen
En resumen, hemos visto que el apóstol Pablo nos ha dejado al menos 12 principios importantes y significativos con respecto a nuestras relaciones mutuas en situaciones conflictivas entre la comprensión de un hermano “fuerte” y la conciencia de un hermano “débil”:
Dios ha recibido al hermano (Ro. 14:3; comp. 15:7)
El hermano es siervo de Cristo (Ro. 14:4)
Debe dejarse un espacio para la oración y el ejercicio individual (Ro. 14:5)
Cristo murió y resucitó para ser nuestro Señor. Por lo tanto, ¡debemos vivir para agradarlo! (Ro. 14:6-9)
Tendremos que rendir cuentas ante el tribunal de Cristo (Ro. 14:10)
Debemos procurar no hacer nada que pueda hacer tropezar a nuestro hermano (Ro. 14:13)
El amor a mi hermano debe permitirme renunciar a mis derechos y a mi libertad (Ro. 14:15a)
Se trata de un hermano por quien Cristo murió, fruto de la obra de Dios (Ro. 14:9, 20)
Debemos buscar las cosas que promueven la paz y la mutua edificación (Ro. 14:19)
Debemos seguir el ejemplo de Cristo, quien no buscó agradarse a sí mismo (Ro. 15:3)
Solo así podremos ser semejantes a Cristo Jesús (Ro. 15:5)
Esto nos permitirá glorificar a Dios de manera conjunta, “unánimes, a una voz” (Ro. 15:6).
Traducido de la revista "Truth & Testimony - Issue 4 - 2018"
Gracias, lo encontre muy necesario para mi vida de creyente y lo he compartido con 70 hermanos y lo puse en Facebook.
Dios le continue bendiciendo con sabiduria de lo alto para seguir exponents la palabra decDios.