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Traducción bíblica utilizada: Reina Valera 1960
Leer Lucas 19:11-17
Me dirijo a ustedes, queridos jóvenes cristianos. Ustedes han adquirido una gran riqueza, ¿para qué la están utilizando? Recuerden la gracia de nuestro Señor Jesucristo,, quien por amor a ustedes se hizo pobre, aún siendo rico, para que por su pobreza fueran enriquecidos (2 Corintios 8:9). ¿Cómo usarán estas riquezas? Si tratan de disfrutarlas egoístamente, en realidad no la disfrutarán en absoluto. Me gustaría recordarles lo siguiente: "Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza" (Proverbios 11:24). Probablemente hayan leído en el libro de John Bunyan, aquel sabio anciano puritano, acerca de aquel hombre «a quién algunos llamaban loco, y que mientras más daba, más tenía».
Es necesario que tengamos en cuenta que nuestro Salvador no solo es nuestro Señor para mandarnos, sino también nuestro Maestro para instruirnos. Las riquezas que él nos ha dado son nuestras para toda la eternidad, pero también somos administradores de ellas y debemos negociar con ellas en su Nombre y para su beneficio. Algunos de ustedes están involucrados en los negocios de esta tierra, pero todos y cada uno de nosotros hemos sido llamados a negociar en nombre de nuestro Señor ausente, y esto se nos enseña de forma impactante en la parábola de las minas.
"Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver” (versículo 12).
"Un hombre noble". Aquel que nos salvó y a quien debemos representar y servir es el Hombre noble. En él reside toda verdadera nobleza. ¿Dónde más pueden hallarla? Dios la encontró en él. Cuán absoluta fue su fidelidad a Dios: siempre obediente y dependiente. Siempre hizo lo que agradaba a Dios, de modo que podía decir de él: "Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver" (Isaías 42:1). Por otro lado, ¡cuán noble fue él en su trato para con los hombres! Jesús nunca actuó por motivos egoístas ni cambió su comportamiento ante el odio o la ingratitud de los hombres. No usó su poder para beneficiarse a sí mismo, sino para ayudar a los demás. Su poder era ilimitado e incansable. Servía a todos desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche. Leemos que “todo el pueblo venía a él por la mañana" (Lucas 21:38). Estaba allí esperando a todos para enseñarles, servirlos y sanarlos. No abandonaba el lugar hasta que todos se iban a sus casas, entonces, y solo entonces, se retiraba al monte de los Olivos, como un Hombre sin hogar.
Jesús siempre actuó de manera noble y hermosa. Cuando se encontró con una madre viuda que lloraba por su hijo muerto, su corazón se llenó de compasión por su aflicción, y con su palabra reprendió la causa y resucitó a su hijo. Luego continuó haciendo el bien sin esperar recompensa o reconocimiento. Podría haber exigido que el joven lo siguiera como pago por haberlo resucitado, pero en cambio lo devolvió a su madre (véase Lucas 7:11-15). Observen cómo se inclinaba para tomar a los niños en sus brazos cuando los discípulos querían apartarlos; para otros, ellos no eran importantes, pero ¡cuán preciosos eran a sus ojos! Ninguna necesidad escapó de su atención, ningún suspiro llegó en vano a su oído. Su abnegado amor lo puso al servicio de todos, y sirvió porque el amor debe servir en un mundo de pecado y necesidad. ¡Qué maravilloso Salvador! ¡El verdadero Hombre noble! Nuestro Señor y Maestro, quien nos salvó para que lo sirvamos.
"Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que este reine sobre nosotros." (versículo 14)
En este pasaje se nos recuerda que vivimos para servir a nuestro Señor en un mundo que ha rechazado Sus derechos. Él es el legítimo Rey de todos, pero los hombres no apreciaron su nobleza debido a que eran muy innobles. Su mansedumbre, gentileza y paciencia no los conmovieron, sino que los llevó a despreciarlo y odiarlo. El mundo no ha cambiado desde entonces y no reconoce Su bondad, así como Cristo no ha cambiado en relación a los estándares innobles de los hombres. El mundo no lo desea ahora más de lo que lo deseó entonces, mientras que nosotros debemos representarlo y negociar por él en el lugar de su rechazo. Es importante tener en cuenta que el mundo no puede ayudarnos a negociar por el Señor, por lo que no podemos depender de sus recursos ni seguir sus caminos. Debemos servir en medio de él como nuestro Maestro lo hizo: haciendo el bien a todos los hombres, pero debemos buscar nuestros recursos y guía fuera de este mundo.
"Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo." (versículo 13).
A diferencia de la de la parábola de los talentos en el Evangelio según Mateo, la distribución de las minas no es según la capacidad de los siervos, sino que cada uno recibe una. La mina es ese gran tesoro que el Señor trajo al mundo, a saber, el conocimiento de Dios en su gracia. Esto se nos revela especialmente en el Evangelio según Lucas. Hay algo muy interesante y esclarecedor en relación con el carácter de cada Evangelio: la verdad que el Señor presenta en cada uno de ellos es justamente aquello a lo que más se oponen los hombres en aquel Evangelio. En Lucas, por ejemplo, los líderes del pueblo lo reprochan continuamente por la gracia que lo llevó a estar en compañía de pecadores. En Lucas 5:30 preguntaron: "¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?". En Lucas 7:34 se quejaron, diciendo: "Este es… amigo de publicanos y de pecadores". En Lucas 15 dijeron: "Este a los pecadores recibe, y con ellos come". Mientras que aquí, en Lucas 19, lo criticaron por ir a hospedarse en la casa de un hombre pecador (Zaqueo, véase versículo 7). Pero la gracia de Dios puede alcanzar a los más viles y necesitados, y eso fue precisamente lo que él había venido a manifestar. Él vino para revelar la gracia de Dios y, al hacerlo, estaba en los negocios de su Padre. ¡Con qué perfección se reveló esta gracia en la casa del fariseo en el capítulo 7, cuando le dijo a la mujer pecadora: "Tus pecados te son perdonados" (versículo 48). ¡Cuán bendita y preciosa es la declaración de esta gracia en la parábola de tres partes del capítulo 15, en la que vemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, regocijándose por la salvación de los pecadores, quienes antes estaban perdidos, pero que ahora han sido hallados. ¡Oh, y qué podría exceder la gloria de las palabras del Salvador crucificado al malhechor en la cruz: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43)!
El Señor trajo el conocimiento de Dios en su gracia infinita a los hombres culpables de este mundo, pero cuando regresó al cielo, no se lo llevó consigo, sino que lo dejó aquí con sus siervos para que negociaran con él. Lo encontramos en la comisión que les dio después de resucitar de entre los muertos: "Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén" (Lucas 24:46-47).
En su gracia infinita, nuestro Señor nos ha confiado una “mina”: el conocimiento de Dios. En 2 Corintios 4:6-7 se nos describe de la siguiente manera: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros". Debemos hacer circular esta mina en nombre de nuestro Señor y negociar con ella hasta que él venga.
Les pregunto, queridos jóvenes cristianos, ¿qué puede compararse en valor con el conocimiento del Dios de toda gracia? Ha significado mucho para ustedes. Sin él, ustedes estaban sin esperanza, sin luz, sin paz; eran errantes, huérfanos, pecadores no perdonados. Pero el evangelio de Su gracia ha cambiado todo eso, y ahora pueden decir: «Dios está con nosotros». Pueden despertar por la mañana con la certeza de que conocen a Dios, y que él los ama y se preocupa por ustedes. Aunque sus necesidades son muchas, las provisiones de Dios son infinitas, y sus misericordias se renuevan cada mañana. El maná esperaba cada mañana a los israelitas en el desierto, y Dios nunca llegaba tarde con sus provisiones, y ustedes, queridos jóvenes, cuentan con una provisión completa antes de comenzar cada día. Si queremos negociar exitosamente, entonces es fundamental que tengamos la tranquilidad y el contentamiento que nos da el conocimiento de Dios. Si estamos preocupados, irritables o descontentos, los hombres del mundo podrían preguntarnos: «¿Qué tienen ustedes que nosotros no tengamos?». Pero si ven que tenemos algo que nos sostiene en la prueba y nos mantiene tranquilos en medio del estrés y las lágrimas de la vida, entonces podrían estar dispuestos a escuchar nuestras palabras. Así tendremos alegría al negociar con nuestra mina, al hablar a hombres y mujeres del Dios que conocemos, y las palabras que hablamos serán palabras oportunas para los que están cansados.
Podemos decirles que conocemos a un Dios cuyas compasiones son ilimitadas, que nunca rechaza un clamor dirigido a él mientras dure el día de gracia. Les podemos decir que Dios se conmueve por sus aflicciones, y que su misericordia se derrama para encontrarlos en su miseria. Podemos contarles que los está buscando, que los conoce y que tiene pleno conocimiento de la totalidad de sus pecados, y que aún así los recibirá y salvará. Les podemos hablar del amor de Dios, que se demostró en que Cristo murió por ellos mientras aún eran pecadores. ¡Qué noticias tan buenas son estas para los hombres cansados y pecadores! Es extraño que a veces parezca que a la gente le importe tan poco. Sin embargo, más extraño aún es que nosotros, que tenemos este tesoro, mostremos tan poco entusiasmo en compartirlo.
Si un hombre quiere tener éxito en su negocio, primero debe considerar cuidadosamente dónde y cómo negociar. Esto es igualmente importante para el siervo del Señor, y todo cristiano es un siervo. Podemos tener muchas profesiones secundarias: podemos ser doctores, mecánicos, maestros, enfermeras, carpinteros, oficinistas, etc., y deseamos ser eficientes en estos deberes seculares, lo cual está bien. Sin embargo, nuestra principal preocupación debe ser nuestro negocio para el Señor, y debemos saber cómo y dónde él quiere que le sirvamos. Debemos saber dónde nuestra mina dará el mejor interés posible. Quizás algunos sean llamados a negociar su mina diligentemente en las calles y callejones de la ciudad o lejos a diversos campos misioneros, pero el llamamiento del Señor para la mayoría de nosotros es que demos a conocer la palabra de vida y hagamos brillar nuestras luces justo en el lugar donde estamos. En estas cosas, él, el Maestro, debe dirigir, y a nosotros nos corresponde obedecer, servir y negociar.
"Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno" (versículo 13).
Nuestro Señor no estará ausente para siempre. "Negociad entre tanto que vengo" vincula el presente con el futuro y produce en nosotros pensamientos solemnes acerca de lo que él nos dirá cuando regrese. Pero esta parábola también es una fuente de aliento, porque nos da la certeza de que el Señor tiene en cuenta cada acto de verdadero servicio y no se olvidará de ninguno de ellos. La contabilidad celestial es exacta. Todo lo que hemos ganado para nuestro Señor ha quedado registrado en los libros contables del cielo, y el Señor mismo se alegrará al reconocer la fidelidad de sus siervos.
Sin embargo, había un siervo que no conocía a su Señor y a quien no le importaba su honor y riqueza, aunque estaba con el resto de los siervos y se mimetizaba bien entre ellos. Nunca valoró la mina que recibió, le era indiferente, así que la guardó en un pañuelo y la enterró fuera de su vista. Y si hizo algún tipo de negocio, lo hizo con su propia moneda, sobre la cual no aparecía la imagen y la inscripción del Rey. Hay muchos como él: se han comprometido solemnemente para servir al Señor y proclamar el evangelio de Dios tal como se revela en la Biblia, pero no tienen la intención de cumplir sus promesas. Se avergüenzan del evangelio y desean ser populares en el mundo. Son hombres infieles y traidores a la confianza del Hombre noble, aunque continúan profesando ser siervos de Cristo, pero no son vitalmente suyos.
Este siervo no conocía al Señor en absoluto; y será juzgado por sus propias palabras: "Tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo". ¿Conocía este siervo a su Señor? ¿No declaró su ignorancia al abrir su boca? ¿Quién de ustedes, que conocen al Señor, se arrodillará y le dirá: «Sé que eres un hombre severo»? No, tienen otras cosas que decir de él. No han visto ceños fruncidos en su frente ni han escuchado palabras duras salir de su boca. El corazón más tierno del universo late en su pecho, y ustedes lo han comprobado. Aunque nuestro servicio esté lleno de fracasos y hayamos cometido errores, estos se han convertido en oportunidades para que nuestro Señor nos muestre su gracia. Este siervo no conocía al Señor y, por lo tanto, podemos concluir que era un siervo malvado que se amaba a sí mismo, y que despreció a su Señor y la mina que él le había dado.
Nuestro trabajo será probado en relación a “cómo” sobreedificamos y la calidad de nuestra obra (véase 1 Corintios 3:10 y 13 NBLA). Debemos tener en claro que solo obtendremos ganancias si negociamos con la “mina” que el Señor nos ha dado para administrar. El conocimiento de Dios, tal como se revela en Cristo Jesús y se comunica en el evangelio, es lo único que puede llevar a los hombres a Dios y someterlos a Cristo. Todo lo demás fallará, sin importar cuán plausible y popular sea; solo el evangelio es el poder de Dios para salvar a todo aquel que cree. Sabiendo esto, debemos anhelar ardientemente seguir compartiendo su evangelio "hasta que él venga".
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Traducido del libro "Ye are Christ's", editado por Believer's Bookshelf Canada Inc.
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