Desde el comienzo de su servicio a Dios, Samuel reconoció y comprendió el valor de la obediencia. Cuando era un jovencito, dijo: “Habla, porque tu siervo oye” (1 S. 3:10). Estas palabras confirman su posterior desempeño en la ardua tarea de transmitir el mensaje de Dios a Elí. Samuel no estaba alardeando insensatamente o mostraba un exceso de confianza, como lo había hecho Israel en el pasado (véase Éx. 19:8). En lugar de eso, su vida estuvo caracterizada en gran medida por la obediencia. Todo lo que Jehová decía, Samuel lo hacía, salvo por una o dos excepciones, teniendo en cuenta que era un hombre con pasiones semejantes a las nuestras (véase Stg. 5:17).
Tristemente, no podemos decir lo mismo del primer rey que Samuel ungió, Saúl. Samuel tuvo que reprender a Saúl en dos ocasiones debido a su desobediencia en relación con la adoración (véase 1 S. 13:8-14; 15:5-23). La primera vez, Saúl pareció creer que una situación difícil y la importancia del sacrificio justificaban el incumplimiento de los mandamientos de Dios acerca de quién debía ofrecerlo (Samuel) y cuándo debía hacerse (cuando Samuel llegara). Más adelante, las circunstancias parecían ofrecer la oportunidad exacta para adorar a Dios y, en la mente de Saúl, justificar una ofrenda que Dios no había solicitado, es decir, los animales pertenecientes al enemigo. [1]
Toda desobediencia es grave a los ojos de Dios. Sin embargo, en la práctica, ¿no somos propensos a justificar ciertos actos de desobediencia? En la primera situación mencionada, se podría argumentar que Saúl se encontraba en circunstancias inusuales y desafiantes (una batalla inminente, con el pueblo aterrorizado y en retirada). La mente natural también podría describir la situación como excepcional, y excusar la actitud de Saúl como algo extraordinario. En ocasiones, escuchamos a creyentes en contextos similares responder utilizando una fraseología común en el mundo: «Lo que importa es el corazón, y si el corazón está en su sitio, entonces está bien». También pueden surgir razonamientos similares en relación con el segundo incidente de Saúl.
Sin embargo, Samuel reconocía que los mandatos de Dios son exactamente eso: mandatos. Incluso cuando se trata de la adoración, o quizás especialmente cuando está involucrada la adoración, no puede haber excusas para desviarse de lo que el Señor ha establecido. En 1 Samuel 13 y 15, se logró el objetivo (se ofrecieron sacrificios), pero incluso el mundo sabe reconocer que el fin no justifica los medios.
Las palabras de Samuel en el capítulo 15:22 son bien conocidas: "Obedecer es mejor que los sacrificios". Son tan válidas hoy en día como cuando las pronunció Samuel. Sin embargo, a veces oímos expresiones tales como «¿Qué vamos a hacer?», «Después de todo son tiempos difíciles...», «Esto es sólo por un corto período hasta que todo vuelva a la normalidad...», «Estamos haciendo lo mejor que podemos dadas las circunstancias...», etc. Esta forma de hablar proviene del razonamiento humano, el cual no tiene lugar en las cosas del Señor, especialmente lo que es más precioso para él, nuestra adoración. Como dijo Samuel, la obediencia es algo primordial, incluso si esto significaba que el sacrificio se pospusiera o incluso no se realizara. Además, está claro que los sacrificios que Saúl ofreció no agradaban a Dios. Cuando se trata de la adoración, o de la obediencia generalmente, no recibiremos ningún crédito si lo hacemos ‘casi’ bien o ‘parcialmente’ correcto si al mismo tiempo estamos yendo en contra de la Palabra de Dios.
A veces, un siervo fiel del Señor tiene que hablar con franqueza, como lo hizo Samuel en el versículo 23: "Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación". Agradezcamos a los siervos que, guiados por el Señor, emplean actualmente un tono similar con nosotros, ya sea individual o colectivamente, para nuestra corrección y bendición.
Si somos fieles en donde otros no lo son, esto nunca debe transformarse en un fundamento para el orgullo. Por el contrario, esto debería llevarnos a humillarnos, reconociendo que el pueblo del Señor, incluidos nosotros mismos, hemos perdido mucho como resultado del fracaso del testimonio cristiano, del cual somos parte. El luto de Samuel por Saúl parece haber tenido este carácter (véase 1 S. 15:35): un triste reconocimiento de todo lo que se había perdido debido a que Dios ya no podía sostener su reino.
La fidelidad al Señor también puede implicar separarnos de aquellos que son infieles, incluso puede llevarnos a romper ciertos lazos sociales, como sucedió entre Samuel y Saúl (véase 1 S. 15:35). Pero, una vez más, esto nunca debe convertirse en un fundamento para enorgullecernos.
Aunque es importante por la única razón de que agrada a Dios, la obediencia también traerá recompensa, en este mundo o en el otro. Samuel le dijo a Saúl que Dios habría establecido su reino sobre Israel para siempre, si hubiera sido obediente (13:13). Tenemos la promesa de una recompensa mayor por ser un siervo bueno y fiel: participar en la administración del mundo venidero, cuando el Señor haya establecido Su reino (Mt. 25:21).
La obediencia es fundamental porque agrada a Dios. Sin embargo, la obediencia también traerá recompensas, ya sea en este siglo o en el venidero. Así como Samuel le dijo a Saúl que Dios habría establecido su reino para siempre si hubiera sido obediente (véase 1 S. 13:13). El Señor Jesús le promete una mayor recompensa a aquellos quienes reconoce como siervos buenos y fieles: ellos participarán de la administración del siglo venidero, cuando el Señor haya establecido su reino (véase Mt. 25:21).
Traducido de la revista "Truth & Testimony, Issue 3, 2020"
[1] De las palabras de Samuel a Saúl se desprende claramente que los motivos y la conducta que Saúl atribuye al pueblo (v. 21) eran sus propias motivaciones y su propia conducta. Aunque las palabras de Saúl fueran ciertas, él fracasó como rey, pues no pudo asegurarse de que el pueblo de Dios obedeciera a Dios en este asunto. Además, la voluntad del resto no es el factor determinante que controla la adoración de un creyente (o cualquier otro aspecto de su andar). Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (véase Hch. 5:29).
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