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Mensajero Evangélico

¿Es tiempo de llorar?

Tiempo de lectura: 3 minutos

Traducción bíblica utilizada: Reina Valera 1960


Queridos hermanos, ha llegado el momento en que cada creyente debe examinar su posición en relación con el testimonio colectivo al cual hemos sido llamados, especialmente en vista del estado actual de lo que nos ha sido confiado por nuestro Señor, quien viene pronto. En las cosas espirituales reina una gran confusión y un ánimo indiferente. La doctrina cristiana ya no se refleja como debería en la vida de los creyentes. La Palabra de Dios es utilizada como una 'obra de referencia', pero no siempre como lo que es en verdad, es decir, la palabra que sale de la boca misma de Dios. Se la tuerce y se le quita autoridad, y, en ciertos casos, se ponen en duda sus enseñanzas, reemplazándolas por ideas puramente humanas. Como resultado, crece la desconfianza, y los conflictos y la confusión amenazan la comunión espiritual.


En las acciones de la asamblea se manifiesta un espíritu independiente y no hay unidad de pensamiento. Nos encontramos en un estado espiritual similar al de Israel en el tiempo de los jueces, cuando "cada uno hacía lo que bien le parecía" (Jueces 21:25).


Sobre todo, se manifiesta un gran descuido por asistir a las reuniones de oración. Un buen número de hermanas que normalmente asisten a ellas encuentran que los hermanos que deberían expresar las necesidades de la asamblea ante el trono de la gracia se hacen notar por su ausencia. A menudo la calidad de la enseñanza es pobre e inoportuna y la asistencia disminuye. No pedimos ni esperamos un nuevo Pentecostés; eso sería contrario a lo que Dios reveló en su Palabra. En ese tiempo "la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma... tenían todas las cosas en común" (Hechos 4:32). Ahora se manifiestan fracturas y divisiones; se infiltran lobos crueles.


Pero a pesar de la desunión que prevalece exteriormente, la Palabra de verdad nos garantiza la presencia del Espíritu Santo, la aprobación y la bendición de Dios, si seguimos "la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor" (2 Timoteo 2:22). Examinemos brevemente las cuatro cosas mencionadas:


La justicia es la sumisión al Señor en la vida individual, guardándose "sin mancha del mundo" (Santiago 1:27); y en cuanto a la vida de la iglesia, recibir solamente a aquellos que aprueba la Escritura y rechazar a aquellos que la Escritura rechaza. La fe consiste en depender solamente del Señor, no de nuestra propia fuerza. El amor es la actividad de la naturaleza de Dios. La paz es el resultado de la práctica de estas tres virtudes. Sin ellas, hay celos y contención, cuyo resultado es la perturbación y toda obra perversa (Santiago 3:16). Debemos librarnos de la envidia y el celo, a los que tan fácilmente estamos expuestos.


¿Hemos exagerado la descripción de este estado? Lejos de ello. ¿Es hoy día tiempo de llorar? Deberían correr ríos de agua de nuestros ojos porque no hemos guardado la Palabra (véase Salmo 119:136). Estamos en un estado de decadencia, abandono de la doctrina y alejamiento del corazón, lo cual es una deshonra para el nombre de nuestro Señor.


No debemos juzgar la debilidad como tal, es decir, una debilidad reconocida porque el poder del Señor "se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9). Pero deberíamos llevar duelo por la debilidad que acarrean nuestras faltas que, si no les ponemos fin, producen la muerte espiritual.


¿Hay alguna esperanza? ¿Cuál es el remedio? ¿Actividad y más actividad? Sería vano hundirnos en la actividad y no tomar conciencia y descuidarnos acerca del estado en que estamos. Si el Señor desaprueba nuestro camino, es muy poco probable que el Espíritu Santo nos bendiga mientras se encuentre contristado. A la confusión de rostro unamos la confesión real y profunda de nuestras faltas. Volvámonos al Señor, quien tendrá misericordia de nosotros, y a Dios, quien será amplio en perdonar (Isaías 55:7). Tenemos un abogado ante el Padre (1 Juan 2:1). Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9). "Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón" (Jeremías 29:13). Hermanos, soportad esta exhortación.


L.T.M. 1969 (M.E. 1997)


Extraído de la revista "En Esto Pensad" año 1998 (Mayo-Junio)

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