LA SANA DOCTRINA
Traducido de “El Mensajero Evangélico” 1947
Autor: A. Gibert
La mayoría de nosotros ha sido puesto (felizmente) en contacto con las verdades de la Biblia relativas a la Persona y a la obra de Cristo, a la Asamblea de Dios, y a la venida del Señor.
En esto, Dios nos ha favorecido más de lo que podemos darnos cuenta. En el difícil período de la historia de la Iglesia en el cual hemos sido llamados a vivir, los creyentes tenemos a disposición más luces de lo que jamás tuvieron los creyentes después de los tiempos de los apóstoles, luces para nada nuevas, pero ahora puestas en evidencia. Sin desconocer de ningún modo lo que Dios nos ha dado, decimos que el conjunto de los «escritos de los hermanos» constituye una inestimable riqueza para nosotros y está a nuestro alcance y a nuestra disposición. Ellas conservan intacto el ministerio de obreros calificados, quienes no expusieron sus puntos de vistas o doctrinas personales, sino la Palabra de Dios, los cuales, sin cesar, nos conducen a Cristo. Este tesoro, que no se adquirió ni guardó sin trabajo, luchas y penas, nos ha sido fielmente transmitido.
¿Qué hacemos nosotros?
Es totalmente lamentable que, a menudo, nos gloriamos de lo hemos recibido como si no lo hubiésemos recibido, nos deslizamos hacia un espíritu tradicionalista y rutinario lleno de suficiencia. La acción viva del Libro de Dios es sustituida por la adopción pasiva de pensamientos y expresiones prestadas de otros. Es fácil hacer teología con los escritos de los cuales menciono, y discutir varios y varios pasajes sin que el corazón y la conciencia sean verdaderamente tocados, e igualmente sin comprender muchas veces lo que se ha leído. Uno crea así una autoridad humana que se coloca sin pensar por sobre la Palabra: «Los hermanos dijeron...J.N.D. dijo...». Es exactamente lo contrario de lo que desearon estos queridos siervos de Dios, quienes colocaban a las almas en directo contactocon la Palabra divina, ayudándolos y nunca gobernándolos.
Pero aún más lamentable es lo opuesto, es decir, la tendencia muy difundida hoy en día a rehusar «la sana doctrina» de nuestros conductores. Algunos dicen: «¡Oh!, yo leo mi Biblia, no tengo necesidad de guías. Quizás esos hombres se equivocaron en algunas cosas...». Cuidémonos de no menospreciar el ministerio de aquellos que el Señor dio para exponer fielmente la Palabra de verdad (2 Timoteo 2:15), “hombres fieles capaces de enseñar también a otros”, porque ellos también se alimentaron de las Santas Escrituras. Es la enseñanza de obreros esenciales y de un fuerte trabajo operado por el Espíritu Santo hace ya más de un siglo. Es necesario citar, entre muy buenas obras, escritos y traducciones de de J. N. Darby, especialmente sus Estudios sobre la Palabra, su preciosa Introducción a la Biblia, sus notas sobre los Evangelios, sus diversos tratados para la salvación y edificación, los escritos de de Henri Rossier, de William Kelly, de J. G. Bellet, así como tantos artículos y estudios contenidos en la igualmente rica colección del Mensajero Evangélico. Es bueno decir aquí que el presente artículo se escribió primeramente en vistas de los jóvenes, y que hace algunos años se publicó igualmente rica en otra revista. Me pareció útil repetirlo para un círculo más extenso de lectores.
Si rechazáis lo que el Señor os presenta como medio, Él no lo dará dos veces. Precisamente, no recomendamos tales ministerios porque tengan un valor intrínseco en si mismos: sólo la Palabra tiene valor en sí misma, pues Cristo en la Palabra. Estos conductores no dijeron: «Seguidnos a nosotros», sino: «Esto es lo que dice la Palabra de Dios». Ellos no impusieron su forma de ver las cosas, sino que se remitieron a la autoridad divina. Despreciarlos voluntariamente es arrogancia, es estimar su propio pensamiento como superior a la de ellos, y es exponerse a errar por ignorancia, torciendo las Escrituras (2 Pedro 3:16). No hay necesidad de decir que el pensamiento de, por ejemplo, un J. N. Darby (no inspirado), aunque enseñado por Dios, no puede ignorado, y siempre debe estar sujeto al control de la Palabra de Dios, de donde el autor sacó sus pensamientos y en la cual se mantuvo invariablemente sumiso. No nos privemos de tan valiosa ayuda.
Alguno dirá: «No tengo tiempo». Si realmente ese es el caso, no hay duda alguna: Primero y antes que todo leed la Biblia. Pero, en nuestros días, el tiempo libre es mas extenso que en los días de nuestros padres, y, sin embargo, ellos se alimentaban avidamente de los escritos que habían en aquel entonces. Podemos hacernos fácilmente un tiempo para el esparcimiento, para el deporte, para el ejercicio corporal (provechoso, aunque para poco), nos hacemos tiempo para leer periódicos y revistas banales, para libros de todas las clases, ¿y no tenemos tiempo para el ejercicio espiritual?
La verdadera razón de esto es la falta de apetito en esta poderosa alimentación. Es verdad que ella atrae menos que tales publicaciones religiosas donde «hay tan buenas cosas», nos dice alguien, presentadas con tan agradablemente que se las lee sin esfuerzo. Sin embargo, lo que se lee sin esfuerzo esta a menudo marcado por la debilidad. La extraordinaria propagación de producciones impresas actuales, adaptadas a todos los niveles, tiene el riesgo de quitar vigor en muchos corazones, o de paralizar su crecimiento. Sin duda, y la Palabra nos lo enseña, que hay alimentos diferentes según la edad y el grado de desarrollo espiritual; los unos necesitan leche, los otros de alimento sólido, sin embargo, la verdad debe presentarse a los diversos niveles de crecimiento. Pero lo adecuado para un alimento sano, para un niño, es que sea estimulante, para así darle las fuerzas deseadas para luego tomar un alimento mas sólido. A menudo existe la costumbre de someterse a una enseñanza diluida, mezclada de forma muy atrayente al mundo y al cristianismo, la cual no es mas que una enseñanza falseada.
Es necesario reaccionar, y particularmente los jóvenes que desean “ser fuertes”. Cuantas veces no oímos decir: «¡Oh! J. N. Darby es muy profundo para mí, no lo entiendo...» ¡Y abandonan tales lecturas!. Vale la pena, no dudemos de esto, romper el cáscara de la nuez, aunque sea dura, pues el fruto es exquisito. Vale la pena escalar pacientemente el sendero difícil y arduo, para así descubrir magníficas perspectivas. Para que esto sea posible, dejemos de lado las lecturas atrayentes del mundo que para nada aprovechan. Lo único, a diferencia de muchas otras lecturas, los «escritos de los hermanos» exigen que tenga siempre a mano su Biblia, y que ambas cosas se lean acompañadas con oración. Porque tales obras no cambian la vida cristiana, ellas se alimentan de Cristo.
Los ataques contra el testimonio se multiplican. Es manifiesto que la mayoría de las personas que critican la persona o la vida de estos conductores, particularmente de J. N. Darby, no han leído sus obras esenciales. Fallamos mucho en nuestro andar, pero no es en ninguna manera por falta de enseñanzas transmitidas: muy por el contrario, es porque no hemos retenido estas enseñanzas, sino que las hemos deformado. También es altamente saludable que cada uno las lea y las estudie por si mismo. Será maravilloso ver con que conocimiento, fuerza y anchura de miras, estos cristianos (de hace muy poco) hablaron de temas que parecían muy nuevos para la generación de la época: la necesaria obra de evangelización , el lugar y el rol del cristiano aquí en la tierra, las relaciones de amor con los de afuera, pero marchando rigurosamente en el sentido estrecho. Se verá como ellos denunciaban los dos escollos que encontramos siempre en nuestro camino, la mundanalidad, por una parte, y la estrechez de corazón, por el otro. Solamente leyendo comprenderemos que distancia existe entre la enseñanza de esos venerados hermanos, puestos en la Iglesia el siglo pasado, y las ideas que se hacen a menudo. Sin embargo, nada nos guardará del peligro de constituir una secta mas en la confusión de la cristiandad, secta que sería el «darbismo», en lugar de escoger la verdad escritural sobre el tema del testimonio, tal como ellos siempre lo mantuvieron, y sostenida de forma única, a saber: la reunión alrededor del Señor, en la obediencia a su Palabra, bajo la dirección del Espíritu Santo .
Dios nos dé la gracia de siempre comprender el valor y el sentido de este testimonio al cual Él nos llamó. Nosotros no lo escogimos, Él es quien nos puso allí. Al mismo tiempo, evitemos la culpable indiferencia y el espíritu partidista que a veces surge por el celo, y sopesemos por el camino de nuestro pies (Proverbios 4:26). Lo que deseo decir es: estudiemos. El conocimiento hincha, si, pero nunca el conocimiento el Señor aprendido humildemente a sus pies. Leed con respecto a esto la segunda epístola de Pedro, muy llena de esta expresión: el conocimiento. Alimentémonos de lo que alimentó a los testigos que nos precedieron. Dios nos mostrará como adaptar esas verdades a las nuevas necesidades, ”lo que es del principio”. Pero “lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros” (1 Juan 2:24).
En Génesis 26:8-33 una ilustración muy útil para nuestra meditación. Abraham y sus siervos habían cavado pozos. Después que él murió, los Filisteos los taparon. A Isaac, bendecido extraordinariamente por Jehová luego de la muerte de su padre, le faltó el agua, y habría perecido con todas sus riquezas si no hubiera destapado los pozos de Abraham su padre.
Queridos amigos, nuestros padres cavaron y encontraron el agua viva, que es Cristo. Dios nos llenó de riquezas espirituales que no merecíamos, aunque tengamos esta posesión, no nos impedirá sucumbir si no reencontramos el agua que bebieron nuestros padres y que Él nos ha permitido re-descubrir para enfrentar al enemigo. Pongamos la picota en nuestras manos, por más y humilde que pueda parecer esa tarea, la cual nos hará trabajar mas lento y que nos costará la hostilidad del mundo. Pero este siempre ha sido el gesto requerido: cavadores de pozos que han bajado hasta encontrar el agua. No descartemos la tradición de ese trabajo, pues tal labor es fecunda. El agua siempre estará allí, el agua viva, en donde las almas deben beber por ellas mismas, si no deseamos hacerlas correr luego para los demás..Pero es necesario que «la sana doctrina» sea acompañada por la obediencia y la paciencia de la fe.